En este mundo, con un futuro cada vez más extraño, cercano e incierto. Donde los que deciden el destino del planeta son los que más méritos hacen para aniquilarlo… Donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos… Donde la injusticia y la desigualdad social no son un error a corregir, ni un defecto a superar, sino una necesidad esencial. Donde el poder usa la violencia de la injusticia hacia los pobres a través de la publicidad… Donde los pobres son pobres por elección natural o porque son malos perdedores… al fin y al cabo, ¿qué sería de los ricos si no hubiera pobres?… La publicidad les pone el caramelo en la boca pero ellos no están invitados a sentarse en la mesa… Y la cárcel, las porras y las balas son la terapia si se les ocurre levantar la voz o coger prestado aquello que la publicidad les muestra… La justicia se venda los ojos… no para ser imparcial… sino para no ver de dónde viene el que delinquió ni porque lo hizo…
Los seres humanos hemos sido puramente reducidos a seres urbanos… Donde el ciudadano tiene miedo de perder… perder el trabajo, perder el dinero, perder la comida, la casa… y siente pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser… Los ciudadanos nos hemos convertido en seres obedientes, incapaces de relacionarnos si no es a través de las nuevas tecnologías, inertes, insensibles y cobardes ante cualquier injusticia que ocurra delante de nuestras narices mientras no nos afecte a nosotros. Este sistema nos ha educado como seres individuales y nos ha enseñado que si queremos llegar lejos y conseguir esa felicidad que nos muestra la televisión y la publicidad, la ausencia de escrúpulos es una virtud indispensable. Ha hecho a las personas competidoras y enemigas de los demás. Ha convertido la realidad en el reino donde todo tiene un precio, y donde el desprecio se cierne sobre aquel que no puede pagar ese precio, “dime cuanto consumes y te diré cuanto vales”. Sometemos a las plantas a la luz continua para que crezcan más rápido, a las gallinas también les tenemos prohibida la noche para que pongan más huevos… y la gente padece insomnio por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Hemos sido entrenados para aceptar y obedecer la injusticia como nuestro destino.
Podemos informarnos a cada instante desde cualquier lugar. Un milagro comunicativo, opina la gente mientras miran sus aparatitos echando luces y sonidos sin enterarse de nada de lo que ocurre a su alrededor. Los medios de “desinformación” hacen que confundamos la caridad con la solidaridad, la primera carece de connotación de denuncia, la caridad consuela pero no cuestiona. Mientras la caridad se ejerce de arriba abajo sin cuestionar al poder y humillando a quien la recibe, la solidaridad es horizontal, se ejerce de igual a igual cuestionando siempre las injustas decisiones del poder.
Será demasiado tarde cuando nos preguntemos qué hemos hecho en nuestra vida, si realmente le hemos dado un sentido o si hemos sido fieles a nosotros mismos. Será demasiado tarde cuando nos demos cuenta de que el mundo se ha convertido en un gigantesco escenario de un “reality show”, donde el pobre produce lástima pero ya no provoca indignación y la televisión nos seguirá atontando y enseñado a olvidar y a creer que las cosas ocurren porque si… ¿aceptaremos la desgracia y la injusticia igual que aceptamos la muerte? ¿De verdad no tenemos nada que decir?
Alguien dijo una vez…; Dejemos el pesimismo para tiempos mejores… al fin y al cabo son los arboles que dan frutos los que sufren las pedradas…